miércoles, 15 de septiembre de 2010

El colectivo II: ¡bienvenido a bordo!

El viaje en colectivo es una experiencia compleja. Primero hay que conseguir suficientes monedas, cosa nada fácil en esta ciudad ya que, justamente por ser el único medio de pagar en los colectivos, nadie quiere desprenderse de ellas. Luego de localizada la parada del colectivo, hay que hacer cola al pie de la misma. Al principio me chocó esta costumbre, sobre todo porque no la había visto en ninguna otra parte del mundo. Sin embargo, pensándolo bien no me parece tan mala idea ya que evita peleas por ver quién sube primero (en el subte, en cambio, la lucha es encarnizada). Pero cuando viene el colectivo la cola invariablemente se desarma, porque los hombres dejan pasar primero a las mujeres, y los que quieren sentarse y tienen tiempo deciden esperar a que venga un colectivo más vacío (¿existirá esa quimera?), dejando pasar a los que están apurados por llegar.


Una vez arriba, hay que indicarle al conductor la tarifa que tiene que cobrar (o el destino, pero hacerlo implica demorar la cosa y recibir miradas de fastidio del conductor y los pasajeros de alrededor). Introducidas las monedas correspondientes en la máquina y obtenido el boleto, empieza la lucha para posicionarse en los lugares estratégicos –doy por sentado que el colectivo va lleno hasta el tope.

Un lugar aceptable es aquel que permita aferrarse de algo (una barra vertical o una de las asas que cuelgan), si puede ser con las dos manos, porque si uno no está bien agarrado será rápidamente impulsado a la colisión con los demás pasajeros, que protestarán con razón ante el atropello. A esta altura, el bondi ya estará surcando las calles a una velocidad de vértigo, que sin embargo no es para nada constante ya que a cada paso el colectivo frena, casi siempre de forma brusca, para detenerse en una parada, un semáforo o por tráfico lento, vuelve a acelerar o cambia repentinamente de carril (casi no hay carril bus, y si lo hay no se respeta por estar plagado de obstáculos que hay que sortear, como otros colectivos, autos mal estacionados, obras, etc.).

Si consiguió agarrarse bien, el pasajero deberá iniciar una lenta y tortuosa carrera hacia el fondo para dejar sitio a los que suban tras él. El chofer contribuye a esta tarea vociferando arengas como "¡un pasito más al fondo!" Ante lo cual la reacción lógica es mirar hacia la parte trasera, intentando atisbar un resquicio por donde meterse. Y aunque parezca que no cabe un alfiler, más vale abrirse paso como sea entre todos esos cuerpos, bolsos y mochilas –ya que, de no hacerlo, será empujado sin piedad por el tropel que viene atrás.

Pero tan altruista esfuerzo no quedará sin premio, ya que los mejores lugares están en la segunda mitad del coche. Al llegar a esa zona uno debe “marcar territorio” alrededor de un asiento, de forma que, si somos afortunados y el ocupante desciende, ganamos el inestimable privilegio de sentarnos.

Una vez sentado, uno –aunque jamás lo confesaría– se dedica a rezar fervientemente para que no se aproxime una persona mayor, una embarazada o alguien con un niño en brazos, lo cual nos obligaría a ceder el asiento. Pero esto genera una serie de dudas: ¿a partir de cuándo una señora pasa a ser una vieja y debemos cederle el asiento? Si una de estas personas está cerca, pero no tanto, ¿debemos hacerle señas para que se acerque y se siente o sólo si está junto al asiento en cuestión? Ahí inevitablemente entran en juego factores propios, como el grado de cansancio, el nivel de solidaridad que sentimos ese día o lo cargado que vaya el colectivo.

A todo esto seguramente ya habremos llegado a destino y hay que bajarse. No siempre es fácil, ya que hay que preverlo con tiempo suficiente para arrimarse a la puerta y tocar el timbre de solicitud de parada. Además, los colectivos abren la puerta en cualquier lado, y generalmente mucho antes de detenerse (los carteles que anuncian que “la puerta sólo se abrirá cuando la unidad circule a menos de 5km/h” son un chiste), con lo cual hay que elegir el momento justo para saltar, y al mismo tiempo asegurarse de que no hay ningún auto (coche) que aprovechando el espacio entre el colectivo y la vereda (acera) esté tratando de adelantarlo por la derecha.

En todo caso, viajar en un colectivo porteño resulta cualquier cosa antes que aburrido.

5 comentarios:

  1. 1- ¡Es cierto lo de las monedas en Buenos Aires! ¡Qué absurdo es! Me había olvidado, pero ahora recuerdo caminar kilómetros entrando a un comercio y otro buscando hacer cambio para tomar el colectivo sin éxito ¡puede llegar a ser desesperante! Si te gastaste tus monedas, aún siendo el hombre más rico del mundo no conseguirás viajar en ómnibus en Buenos Aires!!!!!!

    2- Aunque no lo creas, el segundo país en que se hace cola para subir al ómnibus es Inglaterra. Por una vez más ¡los extremos se juntan! jijijiji!

    3- Para todo el relato, exceptuando el detalle exquisito de las monedas y sin exagerar un ápice, podríamos perfectamente sustituir Buenos Aires por Montevideo. Lo cual no deja de ser un detalle alarmante y penoso a decir verdad, si consideramos las dimensiones de una ciudad y otra.

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  2. Ah Nico!!! Y además de "Barcelaires" deberías considerar "Buenozona" ¿no? jejejejejejejejjj!!!!

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  3. 1 - Ahora, por suerte, el problema de las monedas está casi superado, desde que se implantó un sistema de tarjeta electrónica (SUBE).

    2 - No sólo lo creo: Londres es uno de los lugares que me recuerdan más a Buenos Aires, en muchos aspectos. Sobre todo por lo incómodo y lento que es moverse (yo me quedé en casa de una amiga en Hackney, y la manera más fácil y rápida de ir al centro era hacer una hora de ómnibus).

    También porque es la otra ciudad grande (me refiero a realmente, monstruosamente grande) que conozco, aparte de Nueva York, que es muy diferente. Por muchos motivos: entre otras cosas porque vivía en Manhattan, que no deja de ser una islita (con forma de sorete, por qué no decirlo) y como tal tiene límites claros y definidos.

    3 - No estoy tan de acuerdo. Yo también pensé que había viajado apretado en el metro de Barcelona, hasta que probé el subte y el colectivo porteños. Aparte estamos hablando de trayectos de una hora o más en medio de un tráfico demencial. No te niego que en Montevideo pueda ser comparable en las horas pico y determinados trayectos (ambas cosas felizmente desconocidas para mí), pero Buenos Aires es así casi todo el tiempo, en todas partes. Incluso a la noche, fines de semana, líneas que no pasan cerca del centro ni de los barrios más "in"... lo raro cuando subís a cualquier medio de transporte es poder sentarte.

    Igual en el fondo tenés razón: Montevideo tiene muchos problemas, entre ellos la movilidad, que no debería tener.

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  4. Jeje BuenoZona: la zona del "bueno".

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  5. 1- bien!!!!
    2- Puede llegar a ser muy exasperante tener que moverse en Londres en ómnibus ¡Por suerte casi nunca hace calor! jejej!
    Ahora, el metro de Londres, considerando el tamaño de la ciudad y la cantidad de gente que mueve, funciona de las mil maravillas!
    3- Tenés razón. Debí decir que tu descripción es idéntica a la de ciertos viajes en ómnibus montevideanos (especialmente todas las líneas que recorren 18 a las horas pico). Y también concuerdo contigo: el punto más relevante en verdad es que esos problemas no deberían existir en Monte.

    Matías

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