domingo, 4 de octubre de 2015

Què collons ha passat?
La paradoja catalana tras el 27-S

Cuatro años después de la última entrada, vuelvo a publicar en este blog, y lo hago para tocar el mismo tema (lo que ha dado en llamarse 'procés' catalán de independencia). Pero esta vez entro me meto mucho más de lleno en el terreno peliagudo y ajeno del análisis político, a raíz de las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre.

El resultado de las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre es de esos que da margen a casi todos los actores políticos para interpretar lo que más les convenga. Es una pregunta para la que cada sector del “circo catalán” da su propia respuesta, y la defiende como la única correcta. El problema, como casi siempre en estos casos, reside en la ambigüedad de la propia pregunta.

Al convocar estas elecciones, El President Mas las definió como un plebiscito sobre la independencia, y un grupo significativo de los partidos políticos que se presentaron –concretamente los partidos independentistas– respaldó esta definición.

Este planteamiento, en espíritu, parece irreprochable. Ninguna persona con cierto espíritu democrático y un poco de sentido común puede negar el derecho de los ciudadanos de Catalunya a decidir sobre su eventual estatus de nación independiente, sin que nadie más intervenga en esta decisión. Y la única instancia para consultar a la población dentro del marco jurídico existente son las elecciones autonómicas.

Pero ¿se las puede considerar realmente como un plebiscito?

Plebiscito o elecciones autonómicas

Para responder a esta pregunta, veamos en primer lugar la diferencia entre ambos tipos de comicios.
En unas elecciones parlamentarias se escoge entre diferentes listas de representantes pertenecientes a partidos o grupos políticos, confiando en que sus medidas y decisiones serán similares a las que tomaríamos nosotros –es decir, en que efectivamente nos representen.

En cambio, en un plebiscito la población elige entre diferentes respuestas a una o más preguntas claras y concretas. Por lo general, para evitar ambigüedades, las preguntas son de respuesta binaria, es decir: “sí” o “no”[i].

La ventaja de este sistema es evidente: eliminar al máximo los sesgos de interpretación. Se asegura así que todos aquellos que respondan (es decir, los votantes) por lo menos conozcan y concuerden en cuál es la pregunta; y su respuesta no puede malinterpretarse[ii] ni va ligada a un político o partido concreto[iii].

Partiendo estas premisas, resulta claro que las elecciones del 27-S no pueden considerarse como un plebiscito. Los electores no respondían a una pregunta sino que elegían representantes, y tampoco había un consenso unánime sobre cuál era la pregunta. En tales condiciones, la confusión estaba servida.

Para agregar mayor complejidad al asunto, recordemos que el sistema electoral español no es proporcional, es decir que los escaños no se reparten de forma lineal entre los partidos en función del número de votos; y por añadidura, el peso de los votos varía en función del tamaño de la demarcación electoral a la que se adscriben: los de las localidades más pequeñas “valen más” que los de las más pobladas. En un verdadero plebiscito, por el contrario, todos los votos tienen el mismo valor, y como no hay escaños en juego se adjudican directamente a una u otra de las opciones planteadas.

Por lo tanto, lo ocurrido en Catalunya fue una elección parlamentaria disfrazada de plebiscito, o un plebiscito con las normas de una elección parlamentaria; es decir, una contradicción.

Qui ha guanyat?

Aun así, de haberse producido unos resultados diferentes, la interpretación sería sido mucho más clara y unívoca. Si la suma de las fuerzas independentistas que plantearon las elecciones como un plebiscito hubiera obtenido más del 50% de los votos, podría considerarse que los electores apoyaban tanto el plebiscito como la opción por el “sí” a la independencia. En cambio, de no haber obtenido la mayoría en escaños, habría que concluir que la mayoría de los catalanes no ha respaldado la opción independentista, sin necesidad de plantearse la validez del plebiscito.

Como es de público conocimiento, el resultado no fue ninguno de los anteriores: las fuerzas favorables a la independencia (Junts pel Sí y CUP) obtuvieron la mayoría en escaños, pero se quedaron con el 47% en votos. O sea, el escenario más ambiguo posible, sobre todo si se pretende interpretarlo en clave plebiscitaria.


Los partidos que se oponen a la declaración unilateral de independencia (DUI), tanto los que apoyan el “derecho a decidir” como los que no, interpretan que Artur Mas y el independentismo han perdido “su” plebiscito, y tienen razón: más del 50% de los votantes catalanes optaron por opciones no independentistas. En clave plebiscitaria no hay otra lectura posible, dado que se trataba de escoger entre dos opciones: el “sí” y el “no”, y todo partido que no apoyara decididamente el sí (incluidos Catalunya Sí Que Es Pot y Unió) debe considerarse como una opción por el no. Recordemos que el objetivo declarado de las elecciones no era saber qué votarían los catalanes en caso de celebrarse un plebiscito, sino que las elecciones mismas se plantearon como plebiscito.

En cambio, las fuerzas independentistas (Junts pel Sí y CUP), esgrimen que el resultado los legitima para avanzar hacia la conformación de un estado catalán soberano. Y ciertamente, también tienen razón, ya que el pueblo catalán les ha otorgado una mayoría absoluta que los habilita para avanzar con su programa. Lamentablemente también proclaman que el "sí" ganó el referéndum –lo cual es insostenible, como acabamos de argumentar*.

Se produce así una situación fuertemente paradójico: los partidos que plantearon las elecciones como un plebiscito recurren a argumentos propios del recuento electoral parlamentario para proclamar su triunfo plebiscitario, mientras que quienes negaban el carácter plebiscitario de las elecciones se ven obligados a esgrimir la derrota plebiscitaria para desvirtuar la contundente victoria electoral de sus oponentes.

Por último, no hay que olvidar que con estos resultados la investidura de Artur Mas como President queda en manos de los diputados de la CUP, quienes han proclamado repetidamente que no lo apoyarán.

*Nota: Luego de publicar este artículo me enteré por una amiga-lectora de que la CUP sí ha reconocido que no se ganó el plebiscito, como podría haber visto, por ejemplo, aquí, de haberme tomado previamente la molestia de comprobar esa información. Sumado a lo que acabo de comentar en el párrafo anterior, esta postura dice mucho en favor de la coherencia de la joven formación.

I ara què?

Dejando de lado esta última cuestión –que si bien no es menor, y genera una considerable incertidumbre, no pasa de ser un tema práctico[iv]–, lo cierto es que las dos fuerzas que plantean inequívocamente un programa independentista han obtenido una cómoda mayoría; mayoría que resulta aún más amplia si consideramos las opciones favorables al “derecho a decidir” (aquí sí deben contabilizarse los votantes de CSQEP y Unió).

Así las cosas, queda claro que en Catalunya existe una mayoría social cada vez más amplia que piensa que los catalanes deben decidir su propio destino; y parece probable que tarde o temprano el Estado Español deberá reconocerles este derecho, si quiere mantener su legitimidad democrática. Queda por ver cuándo se concretará esta decisión, cómo se instrumentará, y quiénes serán los actores políticos de ámbito estatal que la harán posible.

Desde luego, parece inimaginable que algo semejante pueda suceder mientras el Partido Popular gobierne España, por lo que las elecciones generales de fin de año resultarán cruciales para resolver esta cuestión –la cual, dicho sea de paso, en mi opinión está muy lejos de ser la más importante para los intereses de los catalanes y de los españoles.



[i] Prácticamente cualquier pregunta que admita más de dos respuestas puede desdoblarse en dos o más preguntas de respuesta binaria. La consulta “alternativa” realizada en Catalunya el 9 de noviembre de 2014, sin ir más lejos, constaba de dos preguntas: “¿Quiere que Catalunya sea un Estado”? Y “En caso afirmativo, ¿quiere que este Estado sea independiente?”
[ii] Esto no impide que los políticos, con gran creatividad e infinito desparpajo, a menudo encuentren maneras de tergiversar los resultados de los plebiscitos, o esgriman complicadas justificaciones para desobedecerlos cuando les conviene.
[iii] Por más que los políticos y los partidos hagan campaña en favor de una u otra alternativa, está demostrado que los electores no necesariamente obedecen a sus representantes, con independencia de que los sigan eligiendo.
[iv] Personalmente tiendo a creer que finalmente gobernará Junts Pel Sí, con mayores o menores concesiones a las exigencias de la CUP; pero estas exigencias no afectarán al proyecto independentista, ya que este es el justamente el único plano donde coinciden ambas formaciones.