Què collons
ha passat?
La paradoja catalana tras el 27-S
Cuatro años después de la última entrada, vuelvo a publicar en este blog, y lo hago para tocar el mismo tema (lo que ha dado en llamarse 'procés' catalán de independencia). Pero esta vez entro me meto mucho más de lleno en el terreno peliagudo y ajeno del análisis político, a raíz de las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre.
El resultado de las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre es de esos que da margen a casi todos
los actores políticos para interpretar lo que más les convenga. Es una pregunta
para la que cada sector del “circo catalán” da su propia respuesta, y la defiende
como la única correcta. El problema, como casi siempre en estos casos, reside
en la ambigüedad de la propia pregunta.
Al convocar estas elecciones, El President Mas las definió como un plebiscito sobre la
independencia, y un grupo significativo de los partidos políticos que se
presentaron –concretamente los partidos independentistas– respaldó
esta definición.
Este planteamiento, en espíritu, parece irreprochable. Ninguna persona con cierto espíritu democrático y un poco de sentido común puede negar el
derecho de los ciudadanos de Catalunya a decidir sobre su eventual estatus de
nación independiente, sin que nadie más intervenga en esta decisión. Y la única instancia
para consultar a la población dentro del marco jurídico existente son las
elecciones autonómicas.
Pero ¿se las puede considerar realmente como un plebiscito?
Plebiscito o
elecciones autonómicas
Para responder a esta pregunta, veamos en primer lugar la
diferencia entre ambos tipos de comicios.
En unas elecciones parlamentarias se escoge entre diferentes
listas de representantes pertenecientes a partidos o grupos políticos, confiando
en que sus medidas y decisiones serán similares a las que tomaríamos nosotros –es
decir, en que efectivamente nos representen.
En cambio, en un plebiscito la población elige entre
diferentes respuestas a una o más preguntas claras y concretas. Por lo general,
para evitar ambigüedades, las preguntas son de respuesta binaria, es decir: “sí”
o “no”[i].
La ventaja de este sistema es evidente: eliminar al máximo
los sesgos de interpretación. Se asegura así que todos aquellos que respondan (es
decir, los votantes) por lo menos conozcan y concuerden en cuál es la pregunta; y
su respuesta no puede malinterpretarse[ii] ni va ligada a un político o partido concreto[iii].
Partiendo estas premisas, resulta claro que las elecciones
del 27-S no pueden considerarse como un plebiscito. Los electores no respondían
a una pregunta sino que elegían representantes, y tampoco había un consenso unánime
sobre cuál era la pregunta. En tales condiciones, la confusión estaba servida.
Para agregar mayor complejidad al asunto, recordemos que el
sistema electoral español no es proporcional, es decir que los escaños no se
reparten de forma lineal entre los partidos en función del número de votos; y
por añadidura, el peso de los votos varía en función del tamaño de la demarcación
electoral a la que se adscriben: los de las localidades más pequeñas “valen
más” que los de las más pobladas. En un verdadero plebiscito, por el contrario, todos los votos
tienen el mismo valor, y como no hay escaños en juego se adjudican directamente
a una u otra de las opciones planteadas.
Por lo tanto, lo ocurrido en
Catalunya fue una elección parlamentaria disfrazada de plebiscito, o un plebiscito con las normas de una elección parlamentaria; es
decir, una contradicción.
Qui ha guanyat?
Aun así, de haberse producido unos
resultados diferentes, la interpretación sería sido mucho más clara y unívoca.
Si la suma de las fuerzas independentistas que plantearon las elecciones como
un plebiscito hubiera obtenido más del 50% de los votos, podría considerarse
que los electores apoyaban tanto el plebiscito como la opción por el “sí” a la
independencia. En cambio, de no haber obtenido la mayoría en escaños, habría
que concluir que la mayoría de los catalanes no ha respaldado la opción
independentista, sin necesidad de plantearse la validez del plebiscito.
Como es de público conocimiento, el resultado no fue ninguno de los anteriores: las fuerzas favorables a la independencia (Junts pel Sí y
CUP) obtuvieron la mayoría en escaños, pero se quedaron con el 47% en votos. O sea, el escenario más
ambiguo posible, sobre todo si se pretende interpretarlo en clave plebiscitaria.
Los partidos que se oponen a la
declaración unilateral de independencia (DUI), tanto los que apoyan el “derecho
a decidir” como los que no, interpretan que Artur Mas y el independentismo han
perdido “su” plebiscito, y tienen razón: más del 50% de los votantes catalanes optaron
por opciones no independentistas. En clave plebiscitaria no hay otra lectura
posible, dado que se trataba de escoger entre dos opciones: el “sí” y el “no”,
y todo partido que no apoyara decididamente el sí (incluidos Catalunya Sí Que Es
Pot y Unió) debe considerarse como una opción por el no. Recordemos que el
objetivo declarado de las elecciones no era saber qué votarían los catalanes en
caso de celebrarse un plebiscito, sino que las elecciones mismas se plantearon
como plebiscito.
En cambio, las fuerzas
independentistas (Junts pel Sí y CUP), esgrimen que el resultado los legitima
para avanzar hacia la conformación de un estado catalán soberano. Y ciertamente, también tienen razón, ya que el pueblo catalán les ha otorgado una
mayoría absoluta que los habilita para avanzar con su programa. Lamentablemente
también proclaman que el "sí" ganó el referéndum –lo cual es insostenible, como
acabamos de argumentar*.
Se produce así una situación fuertemente paradójico: los partidos que
plantearon las elecciones como un plebiscito recurren a argumentos propios del
recuento electoral parlamentario para proclamar su triunfo plebiscitario,
mientras que quienes negaban el carácter plebiscitario de las elecciones se ven
obligados a esgrimir la derrota plebiscitaria para desvirtuar la contundente
victoria electoral de sus oponentes.
Por último, no hay que olvidar que
con estos resultados la investidura de Artur Mas como President queda en manos de los diputados de la CUP, quienes han
proclamado repetidamente que no lo apoyarán.
*Nota: Luego de publicar este artículo me enteré por una amiga-lectora de que la CUP sí ha reconocido que no se ganó el plebiscito, como podría haber visto, por ejemplo, aquí, de haberme tomado previamente la molestia de comprobar esa información. Sumado a lo que acabo de comentar en el párrafo anterior, esta postura dice mucho en favor de la coherencia de la joven formación.
I ara què?
Dejando de lado esta última cuestión
–que si bien no es menor, y genera una considerable incertidumbre, no pasa de
ser un tema práctico[iv]–,
lo cierto es que las dos fuerzas que plantean inequívocamente un programa
independentista han obtenido una cómoda mayoría; mayoría que resulta aún más
amplia si consideramos las opciones favorables al “derecho a decidir” (aquí sí
deben contabilizarse los votantes de CSQEP y Unió).
Así las cosas, queda claro que en
Catalunya existe una mayoría social cada vez más amplia que piensa que los
catalanes deben decidir su propio destino; y parece probable que tarde o
temprano el Estado Español deberá reconocerles este derecho, si quiere mantener
su legitimidad democrática. Queda por ver cuándo se concretará esta decisión,
cómo se instrumentará, y quiénes serán los actores políticos de ámbito estatal
que la harán posible.
Desde luego, parece inimaginable que
algo semejante pueda suceder mientras el Partido Popular gobierne España, por
lo que las elecciones generales de fin de año resultarán cruciales para
resolver esta cuestión –la cual, dicho sea de paso, en mi opinión está muy lejos
de ser la más importante para los intereses de los catalanes y de los españoles.
[i] Prácticamente cualquier
pregunta que admita más de dos respuestas puede desdoblarse en dos o más
preguntas de respuesta binaria. La consulta “alternativa” realizada en
Catalunya el 9 de noviembre de 2014, sin ir más lejos, constaba de dos
preguntas: “¿Quiere que Catalunya sea un Estado”? Y “En caso afirmativo, ¿quiere
que este Estado sea independiente?”
[ii] Esto no impide que los
políticos, con gran creatividad e infinito desparpajo, a menudo encuentren
maneras de tergiversar los resultados de los plebiscitos, o esgriman
complicadas justificaciones para desobedecerlos cuando les conviene.
[iii] Por más que los políticos y
los partidos hagan campaña en favor de una u otra alternativa, está demostrado
que los electores no necesariamente obedecen a sus representantes, con independencia
de que los sigan eligiendo.
[iv] Personalmente tiendo a creer
que finalmente gobernará Junts Pel Sí, con mayores o menores concesiones a las exigencias
de la CUP; pero estas exigencias no afectarán al proyecto independentista, ya
que este es el justamente el único plano donde coinciden ambas formaciones.