sábado, 30 de octubre de 2010

Quino y los porteños


Poco después de instalarme en Buenos Aires, me asaltó la idea de que los porteños se parecen a los dibujos de Quino. Me dirán que es una sugestión, o lo que quieran. Lo cierto es que no me había pasado nunca, en ninguna otra parte.

No hablo de los niños: ni de Mafalda, ni de ninguno de sus compañeritos. A decir verdad, los niños le salen un tanto monstruosos. Convengamos que encontrarse por ahí con un niño igual a Felipe o una niña calcada a Mafalda sería una experiencia un tanto perturbadora. Evidentemente está hecho a propósito: su apariencia de adultos en miniatura es muy acorde con las cosas que dicen, hacen y piensan. Lo que tienen de infantil es, justamente, que hacen y dicen lo que piensan, dejando en evidencia la hipocresía y el sinsentido del mundo adulto.

Quizá por eso mismo, los adultos resultan bastante más creíbles; a los padres de Mafalda, sin ir más lejos, uno se los puede imaginar en carne y hueso. Y los tipos anónimos que aparecen en el resto de sus viñetas… están vivos, literalmente. La ropa, los gestos, las expresiones, todo.

Pero volvamos a la particular experiencia que me llevó a escribir esta entrada. 

Los pongo en situación: voy por la ciudad, a bordo (cómo no) de un colectivo, mirando por la ventana y pensando en cualquier cosa, y de repente… ¡zas!  veo un personaje de Quino. Puede ser una señora más bien regordeta, de tapado, cartera y tacos, con expresión de resignación o desconfianza en el rostro. O un viejito esmirriado, poquita cosa, luchando contra el viento con su uniforme de gorra y bufanda enroscada. Les juro que veo su caricatura, los trazos sencillos, como dibujados a birome. Al principio soltaba la carcajada; ahora, más acostumbrado, me quedo en una sonrisa.

Por si alguien lo dudaba: Quino es un genio.


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Página oficial de Quino // Quino y Mafalda en Wikipedia // Mafalda // Viñetas de Quino en El País Semanal

viernes, 29 de octubre de 2010

Un passeig per la Rambla

Cualquier turista que se precie, en cuanto pone un pie en Barcelona, se dirige inmediatamente a la Rambla1.  Es más: para muchos, que viajan por poco tiempo –y con pocas ideas–, es casi lo único que conocen de la ciudad. Por eso las Ramblas, como se las conoce popularmente, están repletas de gente, siempre. Todos los días del año y cualquier hora del día o de la noche.

Nada más llegar del aeropuerto, los visitantes entran a las Ramblas por Plaça Catalunya, Por el camino serán víctimas de las más diversas estafas y atropellos… con total consentimiento por su parte, o más bien con ferviente entusiasmo. De hecho, una vez de regreso en sus lugares de origen recordarán extasiados este paseo como una de las experiencias más sublimes de sus vidas. Y, en cuanto puedan, volverán por más.

Tras refrescarse en la Fuente de Canaletes, se aglomerarán maravillados alrededor de las decenas de músicos, estatuas humanas y performers varios que irán encontrando a cada paso. Como el mítico Maradona de las Ramblas, un tipo que se gana la vida exhibiendo sus habilidades con el balón. O la esperpéntica Carmen de Mairena, una travesti vieja y gorda vestida con traje típico andaluz, y con tantos kilos de silicona como de maquillaje. Comprarán camisetas del Barça y souvenirs de todo tipo en las tiendas.
 
Los más conservadores en sus gustos culinarios comerán una hamburguesa en uno de los varios McDonald’s o Burger Kings. Los más osados, en cambio, se sentarán en la terraza de algún restaurante para degustar una paella. O lo que ellos creen que es una paella. Porque en realidad, por su sabor y textura, los sucedáneos que allí se sirven están más cerca del plástico que del arroz y el marisco.

Caerán en el timo (estafa) de los trileros, serán robados por los expertos carteristas –en su mayoría adolescentes marroquíes– y seducidos por las prostitutas nigerianas que literalmente se abalanzan sobre los hombres que pasan por allí, especialmente si son rubios y están borrachos.

Es imposible saber a priori cuántos turistas serán capaces de superar estas duras pruebas y alcanzar, por fin, el final de las Ramblas.  Pero sí sabemos lo que hacen los que llegan hasta allá. Muchos se sientan a descansar al pie de la estatua de Cristóbal Colón. Quizá algunos, exhaustos después tantas emociones, den por finalizado el paseo. Pero la mayoría no: continúan caminando en línea recta. Y tampoco se detienen al llegar al borde del Mediterráneo. No se sabe bien si por pura inercia, o porque interpretan el gesto de Colón como una indicación dirigida especialmente a ellos, la mayoría siguen adelante. Y obtienen su recompensa: atravesando un impresionante puente llegan al no menos impresionante Maremàgnum. Es el paraíso de cualquier turista: de día, un centro comercial; de noche, un complejo de bares, pubs y discotecas.

Pero claro: no basta con llegar hasta ahí. Después hay que regresar al punto de partida. Cruzar el puente, volver atrás desafiando al dedo de Colón, y atravesar todas las Ramblas en sentido contrario. Hay que añadir que los que vuelven del Maremàgnum, sobre todo por la noche, no lo hacen en las mejores condiciones físicas. Así, los turistas ebrios son presa fácil de los carteristas y las prostitutas ya mencionados, así como de otros personajes que aparecen a esas horas, como el infaltable paki, vendiendo latas de "cerveza-beer-amigo" y –dicen los que entienden de de estos temas– sustancias psicoactivas de todo tipo.

En fin: creo que no hace falta decir que cuando uno lleva un tiempo viviendo en Barcelona, aprende a huir de las Ramblas como de la peste. El auténtico barcelonés se distingue porque sólo aparece por ahí cuando no le queda más remedio, y casi siempre cruzando de forma transversal –¡oh, sacrilegio! – en su trayecto entre barrios aledaños, o bien recorriendo a toda prisa los primeros 100 metros, los que separan la boca de metro de las callejuelas de acceso al Barrio Gótico, a la izquierda, o al Raval, a la derecha. Sin embargo es indudable que ejercen una especie de magnetismo: por más que intente evitarlas, uno siempre termina yendo a parar a las Ramblas.

Efectivamente, queridos lectores, lo adivinaron. Por mucho que las critique, estando lejos las extraño: esa es la pura verdad. Qué carajo. Son maravillosas las Ramblas.



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1Lo mismo hacen los turistas en Montevideo, con una diferencia importante: en Barcelona la Rambla no es un paseo junto al mar como en Uruguay. A eso en España se le llama Paseo Marítimo. Etimológicamente, una rambla es el lecho de un río que o bien se ha secado o bien sigue fluyendo de forma subterránea. Por extensión, en España se le dice así a un paseo, generalmente peatonal, construido sobre dicho cauce. Por lo tanto suelen ser paseos arbolados y muy lindos, pero nunca, jamás, podrán estar al borde del mar… justamente porque los ríos no corren junto al mar, sino perpendicularmente a él.